Los baby boomers, la generación X e inclusive los mayores de los millenials, aprendimos a hablar en casa, y después en la escuela, con los pronombres personales en singular “él” y “ella”, para referirse al género masculino y femenino respectivamente.

Aprendimos que, en español, el artículo (“el”, “la”) junto con el sufijo (“-o” “-a”) determina el género de las cosas, y hay dos: masculino y femenino (“el niño”, “la niña”); por excepción, el neutro.

Aprendimos que el masculino plural es genérico, e incluye por definición a los elementos femeninos del conjunto. El pronombre correcto es “ellos” así sean mil niñas y un niño.

Pero también aprendimos, en la escuela y en la sociedad, machismo, misoginia, racismo y homofobia. A normalizarlos, a interiorizarlos, a reírnos de apodos y chistes discriminatorios de personas por su peso, su edad, su color de piel o su religión; a usar las capacidades diferentes como insulto y a ignorar a los indígenas, escondidos en un cómodo mestizaje.

Aprendimos sesgos inconscientes sobre los roles de género. El doctor y la enfermera. El ingeniero y la nana. El presidente y la secretaria. Aprendimos a no ver y no pensar si un espacio facilita el acceso para discapacitados o si una función la podría llevar a cabo una persona neuroatípica.

Aprendimos que la sociedad adjudica a las mujeres el trabajo doméstico y de crianza y la responsabilidad sobre los impulsos sexuales de los hombres.

Aprendimos a creer en la meritocracia, sin cuestionar el rol que jugó la posición socioeconómica de nuestros padres en que muchos de nosotros tuviéramos acceso a educación, vivienda y salud, de la que carecen tantas personas en este país.

En mi caso, desde la trinchera de lima, estoy desaprendiendo, reaprendiendo y cuestionando.

Estoy aprendiendo a ver, incluir y dirigirme a las personas no binarias que no se identifican con los pronombres él o ella. Que hay identidades y orientaciones sexuales fluidas a lo que no aplica ninguna de las letras del acrónimo LGBTQ+. Que el genérico masculino, por correcto que sea gramaticalmente, es un factor de invisibilización de las mujeres en un conjunto, y que genera la masculinización por default. Diga lo que diga la Real Academia sobre la corrección gramatical, también le quiero hablar a estas personas, que sepan que las veo y las oigo.

A muchos nos parece impensable decir elles, todes. Nos parece ineficiente, redundante, poco económico incluir a hombres, mujeres y personas no binarias en un enunciado. Nos cuesta distinguir la identidad sexual de la orientación, y todavía se nos sale por ahí decir preferencia, con toda la connotación de que gran favor nos harían prefiriendo lo que otros preferimos. Nos cuesta recordar que la orientación sexual no se agota en homosexual y heterosexual.

Sin embargo, es momento de reflexionar si nuestra incomodidad no será un costo mínimo frente a los costos de la discriminación y la invisibilización de mujeres y minorías. El lenguaje nombra a las cosas que existen, pero también crea y define realidades. El purismo lingüístico y la observancia de las convenciones gramaticales son incompatibles con la flexibilidad que nos demandan estos tiempos. Son tiempos de ver, oír e incluir en las palabras y las acciones a todxs lxs seres humanxs por el solo hecho de serlo, aunque nos cueste más trabajo.

Cambiemos pensamientos. Cambiemos las palabras. Cambiemos en serio.

Cristina Massa, socia fundadora de lima d&i consulting.

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